La conquista del Pacífico

Acabo de terminar de leer un libro, magnífico, por cierto, sobre el tornaviaje del Pacífico a mediados del siglo XVI, concretamente en los años 1654 y 1565. El libro en cuestión se titula “Conquering the Pacific” y es de un historiador mexicano llamado Andrés Reséndez. Está en inglés porque Reséndez, profesor de la Universidad de California, lo escribió en inglés y todavía no han tenido el detalle de traducirlo al castellano. El libro salió al mercado a finales del verano pasado. El tema me interesaba así que decidí esperar a que lo tradujesen porque prefiero leer los libros en mi propia lengua, pero nada, tres meses después ni lo habían traducido ni parecía que ninguna editorial lo fuese a hacer, así que me lo descargué en el Kindle y me lo he leído de un tirón. No es muy largo, en su versión de papel tiene sólo 300 páginas, algo asumible en unas pocas tardes.

El libro cuenta uno de los viajes más fascinantes de toda la historia de la navegación, el que permitió a los españoles de aquella época viajar de Filipinas a Nueva España, es decir, hacer el viaje de vuelta o tornaviaje desde Asia hasta América. El viaje de ida ya se conocía. Magallanes y Elcano habían cruzado el Pacífico en dirección al oeste en 1521 por el hemisferio sur, pero tanto las Filipinas como Nueva España se encontraban en el hemisferio norte y cuando los navegantes llegaban a Filipinas y querían regresar se encontraban con los vientos en contra. Cabía la posibilidad de seguir viajando hacia el oeste atravesando el Océano Índico como había hecho Elcano en 1522, pero era muy arriesgado porque esa parte del mundo le pertenecía a Portugal.

Esto era así porque en 1494 el Papa Alejandro VI había partido el mundo el dos trazando una raya por el Atlántico. Todo lo que quedase a occidente de esa raya sería para España, todo lo que quedase a oriente para Portugal con la excepción de las islas Canarias que los castellanos estaban conquistando en aquel momento. Esa raya, la línea de demarcación de Tordesillas (llamada así porque fue en Tordesillas donde portugueses y españoles acordaron repartirse el mundo), seguía plenamente vigente en 1564. A la de Tordesillas se le había sumado la línea de Zaragoza, que acordaron Carlos I de España y Juan II de Portugal en 1529 en Zaragoza y que delimitaba las áreas española y portuguesa en extremo oriente. La línea de demarcación de Zaragoza estaba en el meridiano 142 oeste y dejaba el océano Índico completamente vedado a los navíos españoles. Resumiendo, que las Filipinas eran españolas, los españoles sabían cómo llegar hasta allí desde América, pero no cómo regresar sin meterse en aguas portuguesas.

Estar en Filipinas era interesante porque desde allí se podía acceder directamente al mercado chino, donde se fabricaban todo tipo de artículos muy demandados tanto en América como en Europa. Pero de nada servía poseer Filipinas si era imposible volver desde allí, al menos sin meterse en problemas con los portugueses.

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Pues bien, de esto mismo va “Conquering the Pacific”. Nos cuenta la historia de una gesta náutica realmente atractiva pero muy desconocida para los hispanos. Son pocos los españoles que la conocen, pero tampoco saben de ella los mexicanos a pesar de la importancia que tuvo este viaje en el comercio posterior. Sobre la ruta que se abrió en aquel momento circularía durante siglos el galeón de Manila, que durante 250 años (de 1565 a 1815) llevó mercaderías orientales desde Filipinas hasta América convirtiéndose de este modo en una de las principales arterias del comercio mundial.

Reséndez empieza explicando como se originó el problema y los intentos que los virreyes de Nueva España hicieron para solucionarlo enviando dos expediciones a Filipinas que llegaron bien a Filipinas, pero que no consiguieron regresar a América. Los españoles no podían volver porque los océanos tienen corrientes predominantes que se mueven de forma circular. En el hemisferio norte giran en el sentido de las agujas del reloj y en el hemisferio sur en el sentido opuesto al de las agujas del reloj. Esas corrientes fueron las que permitieron en el Atlántico que Cristóbal Colón llegase a América en 1492 y regresase al año siguiente deslizando su Niña (la carabela, la Santa María había encallado en la Española el día de Navidad de 1492) hacia el norte para que la corriente le llevase de vuelta a Europa.

Lo que necesitaban los españoles descubrir en Filipinas era esa corriente, pero era muy esquiva. Había que navegar hacia el norte, pero no conseguían dar con el giro que les pusiese rumbo al este. Era todo un problema este que tenían que resolver porque, de lo contrario, España no podría beneficiarse del comercio con oriente. Así que Felipe II urgió al virrey de Nueva España, que en aquel entonces era Luis de Velasco, para que organizase una expedición cuanto antes. Velasco se la encargó a alguien de confianza, a Miguel López de Legazpi, un vasco de Zumárraga, que llevaba muchos años en Ciudad de México. Allí había prosperado, había sido alcalde de Ciudad de México y poseía una notable fortuna. A él se uniría un fraile agustino que, además de eso, era cosmógrafo y navegante. Se llamaba Andrés de Urdaneta y, como Legazpi, era también guipuzcoano, de Villafranca de Ordicia concretamente. Legazpi de navegación no sabía, pero Urdaneta si. Antes de embarcarse en esta expedición (y de hacerse fraile) había estado en la de García Jofre de Loaísa a la especiería en 1525.

Urdaneta había hecho cálculos y estaba convencido del lugar exacto por el que había que regresar. Pero no nos adelantemos. La expedición de Legazpi y Urdaneta abandonó México por la Barra de Navidad (en el actual Estado de Jalisco) el 21 de noviembre de 1564. Se hicieron a la mar un total de cinco navíos: La Capitana, el San Pablo, el San Pedro, el San Juan y el San Lucas. Las cosas empezaron a torcerse casi desde el principio cuando Legazpi y Urdaneta discutieron. Poco después uno de los barcos, el San Lucas, se separó de la flota y se perdió. Su capitán, Alonso de Arellano no era precisamente un marino experto, pero gracias a Dios contaba con un piloto muy competente, un portugués llamado Lope Martín.

El San Lucas trató de reunirse con el resto de la flota, pero no dio con ella en la inmensidad del Pacífico. Fue saltando de isla en isla reponiendo provisiones completó el viaje de ida en solitario. A los dos meses, en enero de 1565, ya estaban en Filipinas, en la costa de Mindanao. Allí trabaron contacto con los indígenas, pero pronto, como le había pasado a Magallanes en 1521, surgieron problemas (quizá por las mujeres, quizá por la comida, quizá por ambas cosas, no lo sabemos), y tuvieron que salir huyendo. Alonso de Arellano y Lope Martín decidieron entonces regresar a Nueva España por su cuenta. El barco, un simple patache de poca envergadura, estaba escaso de provisiones, pero no tenían otra opción. O morían a cámara lenta en Filipinas o morían de golpe en el océano. Decidieron que era mejor la segunda alternativa. Aquella gente estaba hecha de otra pasta distinta a la nuestra. Se pusieron a ello y después de tres meses y veinte días llegaron a las costas de México. Habían culminado el tornaviaje.

Arellano y Martín esperaban ser reconocidos por la hazaña, pero no, nadie se acordó de ellos. Urdaneta regresó dos meses después tras haber descubierto por su cuenta la ruta del tornaviaje. Legazpi se había quedado entretanto en Filipinas donde tenía el encargo real de organizar una capitanía general que pasaría a depender del virreinato de Nueva España. Esa capitanía general se mantendría hasta 1898. Pero no nos vayamos tan lejos. Volvamos a 1565. Cuando Urdaneta regresó a Ciudad de México para informar inmediatamente a Madrid de que había conseguido realizar con éxito el tornaviaje se enteró de que Arellano y Martín ya estaban allí.

El fraile montó en cólera y les acusó de desertar de la flota. Les denunció ante el Consejo de Indias. Fueron juzgados por la Real Audiencia de México donde Arellano y Martín se acusaron mutuamente de haber desobedecido las órdenes de Legazpi. A Arellano le condenaron a regresar a Filipinas cargado de cadenas para que Legazpi hiciese con él lo que creyese oportuno. Pero Arellano se las arregló para dilatar la cuestión y cuando fue enviado a Filipinas Legazpi ya había muerto, por lo que pudo salvar el pellejo. A Martín le ordenaron que volviese también a las Filipinas. El capitán del barco llevaba un mensaje en el que iba la orden de ejecutar a Martín tan pronto como desembarcase. Pero, una vez a bordo, Martín se enteró, alentó un motín, arrojó al capitán por la borda y se hizo dueño de la nave con la que se perdió en el Pacífico. Nunca más se supo de él, aunque Reséndez en el libro asegura que hay indicios de que los hombres de Martín pudieron haber sobrevivido y empezado una nueva vida en alguna isla del Pacífico por lo que tendríamos un antecedente dos siglos antes del motín del Bounty.

Una historia de película, pero no se ha hecho nunca una película sobre el tornaviaje, ni siquiera un documental y no hay demasiada bibliografía sobre él. Por suerte Reséndez ha venido a cubrir este hueco con “Conquering the Pacific” que espero que sea pronto traducido al español. Os advierto que el autor simpatiza abiertamente con Arellano y Martín, pero no os doy más pistas. Si leéis en inglés y os interesa el tema os dejo el enlace aquí. Estoy seguro de que lo disfrutaréis porque, aunque no es una novela, se lee casi como una novela. Mi más calurosa enhorabuena a Andrés Reséndez. Ahora sólo queda convertir esto en un guion, aunque eso, me temo, que no lo verán mis ojos.

3 Comments

  1. Te recomiendo el último libro de Ramón Tamames, ‘El lago español’, trata este tema de forma rigurosa y amena

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