
El ataque ruso sobre una torre de televisión en Rivne y base militar en Yavoriv, ambos en el extremo oeste de Ucrania, a lo largo de los dos últimos días ha puesto en estado de alerta a la OTAN. La base, llamada Centro Internacional de Mantenimiento de la Paz y Seguridad, había servido a Estados Unidos y sus aliados para entrenar a tropas ucranianas. Se encuentra a unos veinte kilómetros de la frontera polaca y se ha convertido desde el comienzo de la invasión en el punto de partida de los convoyes que se internan en Ucrania cargados de armamento y ayuda humanitaria. Para los que temen desde hace días que la guerra termine involucrando a los países de Europa oriental, todos miembros de la OTAN, este ataque es un hecho muy preocupante que obliga a la alianza a tomar inmediatamente medidas de contención fronteriza.
No sería la primera vez. La OTAN tiene una larga experiencia en mantener a raya a una potencia hostil en el este de Europa sin recurrir a la guerra. En 1947, George Kennan, que más tarde sería embajador estadounidense en la URSS y en Yugoslavia, expuso en un artículo en la revista Foreign Affairs que la hostilidad soviética era producto de su inseguridad, pero que su política exterior siempre respondería a la “lógica y retórica del poder”. Por lo tanto, Estados Unidos debería adoptar “una política de contención firme, concebida para enfrentar a los soviéticos con una fuerza contraria en cada punto donde aparezcan signos de alterar la paz y la estabilidad”. Esta visión del problema, a la que se bautizó como “contención”, se convirtió en la base de la estrategia de Estados Unidos contra la Unión Soviética durante la guerra fría.
La guerra en Ucrania y la actitud manifiestamente hostil de Moscú ha traído de nuevo la “contención”. Según se han ordenado las piezas sobre el tablero, parece inevitable un periodo prolongado de rivalidad entre Occidente y Rusia, pero no sólo entre Occidente y Rusia. China también entra en este juego y su poderío es mucho mayor. Xi Jinping se mantiene entre dos aguas. No apoya la invasión, pero tampoco la condena. Esto coloca a Estados Unidos y sus aliados de la OTAN ante una realidad que no pueden esquivar. Se enfrentan a dos potencias caracterizadas por el autoritarismo y la hostilidad hacia Occidente. En el caso de Rusia a eso le suma el expansionismo tal y como estamos teniendo la oportunidad de comprobar ahora.
Durante las cuatro décadas de la guerra fría la contención funcionó muy bien. La Unión Soviética y sus Estados satélite fueron efectivamente contenidos. Europa, eso sí, tuvo que establecer un cordón de seguridad en su flanco oriental.
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