Mensaje a los mercados

Qué tiemblen los mercados, Zapatero trona desde el Financial Times después de tomarse el placebo que la doctora Salgado le ha recetado para que siga, como un funámbulo, caminando de noche por los pasillos de la Moncloa convencido de que aquí no pasa nada. Los mercados, no se sabe bien si los financieros, los de verduras o el de la Boquería, tienen que tener claro que Zapatero y sus compinches han llegado a un acuerdo para enseñar los dientes al perverso mercado. ¡Ay de aquel que salga contestatario y se pase ese acuerdo por el forro!

Y los mercados tiemblan, pero no por la ira jupiterina del bobo solemne, sino porque aquellos que los forman: individuos con nombre, apellidos, filiación y número de la seguridad social, no terminan de creerse que ciertos Gobiernos manirrotos puedan pagar lo que les deben. El espantajo de los mercados es lo último que le queda a los farsantes que, como Zapandreu, llevan viviendo por encima de sus posibilidades desde que a la economía, de un modo incomprensible, le dio por ir mal.

Pensaban que eso de la crisis no iba a ir más allá del quiosco que hay enfrente de la Bolsa de Nueva York, que nunca atravesaría el Atlántico y, por descontado, que sólo afectaría al jardinero de Warren Buffet. Pidieron prestado, vendieron sus magras reservas de oro, emitieron obligaciones a mansalva, se inventaron planes E, rescates a la banca, inspecciones extraordinarias y subidas del IVA.

El cinturón, entretanto, que se lo apriete su padre, ellos están aquí para trasformar la realidad y no hay quien transforme nada sin el maldito parné. Euritos y centimitos que, ay qué pena, no pueden ni imprimir ni devaluar a placer porque el señor del dinero vive y trabaja en Fráncfort, un lugar muy aburrido donde todavía se acuerdan de cuando había que ir comprar el pan con un saco lleno de billetes de 50 millones de marcos.

Ahora, cuando nos empiezan a protestar las letras impagadas, la culpa es de los acreedores. La lavadora, además, no pensamos devolverla, sólo faltaba eso, que los cuervos del mercado nos quiten lo que nos corresponde por derecho divino. El nuestro es un Gobierno soberano, con patente para hacer lo que le venga en gana, que para algo ha sido elegido democráticamente; y avisa, y “lanza un mensaje claro a los mercados” para que éstos aprendan de una vez que el que fía termina con la despensa vacía.

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