
Alaska no es un lugar agradable para vivir. En sus cerca de dos millones de kilómetros cuadrados (cuatro veces España) solo la estrecha franja costera del sur es habitable, y aún así Anchorage, la ciudad más grande, está tan al norte que sus habitantes pasan varios meses en la oscuridad del invierno. No es fácil atraer población a un lugar tan remoto, deshabitado y con un clima tan extremo en la práctica totalidad de su territorio. Con la idea de incentivar la inmigración, a finales de los años 70 el Gobierno estatal puso en marcha el llamado Alaska Permanent Fund, un fideicomiso propiedad del Estado que opera con parte del dinero proveniente de las regalías mineras. Ese dinero se invierte (entiendo que prudentemente) y una vez al año todos los residentes de Alaska reciben un cheque al que los beneficiarios del mismo llaman dividendo.
No es una cantidad muy significativa, unos 2.000 dólares anuales (8.000 para una familia de cuatro miembros) es decir, que no se puede vivir de ello, pero sirve como acicate para permanecer en el Estado e incluso para atraer nuevos moradores. O al menos eso era lo que creían las autoridades. En 1984, al poco de implantarse el dividendo, se hizo una encuesta que arrojó un dato inesperado en cualquier otro lugar: un 71% de los habitantes prefería renunciar al dividendo a cambio de que le redujesen los impuestos. De lo cual podía inferirse que los alasqueños eran aguerridos pioneros que no habían ido hasta el fin del mundo para recibir un subsidio anual solo por existir.
Alaska es ferozmente republicana. Desde 1959 (año en que fue aceptada como Estado) sus habitantes han votado mayoritariamente al candidato republicano a la Casa Blanca. Solo hubo una excepción, en 1964, cuando en Alaska ganó Lyndon B. Johnson frente a Barry Goldwater. En todas las demás elecciones siempre votaron republicano. Han elegido a más gobernadores republicanos que demócratas y los representantes de Alaska en Washington, tanto en la Cámara como en el Senado, suelen ser también republicanos. La encuesta del 84 venía a confirmar la sospecha de que los republicanos representaban a la América que quiere salir adelante por sus propios medios frente a la otra América que todo lo espera del gobernante y que, al menos en el imaginario colectivo, suele estar representada por los demócratas.
Pues bien, este año ha vuelto a realizarse idéntica encuesta y, para sorpresa de todos, la tortilla se ha dado la vuelta. Ahora, cuarenta años después de implantado este ingreso básico, solo el 29% de los habitantes estarían dispuestos a renunciar a él a cambio de que les aligeren la carga fiscal. Lo curioso es que las preferencias políticas de los alasqueños no han cambiado, siguen siendo republicanos. En noviembre del año pasado Trump le sacó 15 puntos a Hillary Clinton y se llevó de calle los 3 votos electorales que le corresponden al Estado. No fue una excepción. En 2012 Romney obtuvo una ventaja de 14 puntos sobre Obama y cuatro años antes el dúo McCain-Palin (gobernadora de Alaska en aquel momento) le pasó por encima al Obama triunfante de 2008 dejando a la candidatura demócrata 22 puntos atrás.
El dividendo de Alaska no es mucho dinero, pero es seguro y todos lo reciben. Eso es lo que piensan quienes sus afortunados receptores, que dedican ese ingreso extra a los fines más variados, desde ahorrarlo hasta gastárselo en irse de vacaciones. Las comunidades pequeñas tienden hacia cierto igualitarismo porque los vecinos se conocen y cuando te conoces cuesta poco ponerse en la piel del otro cuando le va mal. Para una comunidad pequeña como la alasqueña (740.000 habitantes) quizá tenga hasta sentido, más si tenemos en cuenta que el cheque no proviene de los contribuyentes, que no es quitar dinero al vecino, vaya, sino de las compañías mineras que trabajan a sus anchas en Alaska.
Precisamente por eso el dividendo no es tan seguro como se les antoja. Si la minería disminuye sus ingresos las regalías irán detrás. El Fondo Permanente se nutre de esas regalías y los cheques anuales se cargan a ese Fondo. Una cadena causal cuyo origen está en que el petróleo, el gas, el carbón o el zinc mantengan su precio en el mercado internacional. Y no es que lo hayan mantenido demasiado en los tres últimos años. Moraleja: debieron escoger la rebaja de impuestos.
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