
Tiene una longitud de 9.289 kilómetros, une dos continentes y atraviesa una de las regiones más frías e inhóspitas del planeta. Nace en Moscú, a no mucha distancia de las costas del mar Báltico, y va a morir a Vladivostok, a orillas del mar del Japón, ya en pleno océano Pacífico. Me refiero al Transiberiano, la línea férrea más larga del mundo y una de las más legendarias. Tanto que hoy nos sigue fascinando más de un siglo después de su construcción. El por qué lo hicieron los zares es fácil de adivinar. El cómo lo hicieron es lo que vamos a ver en La ContraHistoria.
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Necesidad ineluctable del Imperio Ruso, alarde técnico y extensiones mareantes, el transiberiano une Moscú con una ciudad de belleza discreta a través de unas distancias monstruosas y un clima endemoniado, pasando por varias ciudades de belleza aún más discreta. Pararse en las ciudades o en los sobrecogedores parajes es dejarse la salud y entender que allí uno está de paso sí o sí. Nunca como en este tren tendrá sentido el dicho de que lo importante es el camino y no el destino, además en este caso concreto es una salvajada de camino. Es el recuerdo de una voluntad imperial y la nostalgia de lo que fue el ferrocarril. Mientras retumben sus raíles al paso de las locomotoras, Siberia sabrá que aún la consideran.
Un cordial saludo.