
La última serpiente de verano ha sido el cambio de hora. Este es un tema que, de un tiempo a esta parte, aparece con periodicidad fija y no siempre coincide con los cambios de hora estacionales. La última vez fue en 2016, tras las elecciones de junio, cuando el país estaba sin Gobierno y no había demasiados temas de los que hablar.
Este año se ha presentado a finales de agosto coincidiendo con una encuesta que ha hecho la UE para suprimir el llamado horario de verano. Fue una encuesta sin valor demoscópico alguno, hecha a través de la web de la UE, pero en España ha originado otro debate sobre si deberíamos o no cambiar el huso horario. Es un asunto que no tiene mucha importancia pero todo el mundo ha entrado al debate como si realmente se tratase de una urgencia nacional. Vamos a verlo con más calma.
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Las convenciones carecen de bondad o de corrección intrínsecas, tan solo resultan útiles como elementos de coordinación y en un mundo tan complejo como el que actualmente tenemos esa coordinación es muy necesaria si bien las herramientas para la misma son tan complejas como la realidad. Es el caso de los usos horarios. Si quedamos con alguien a una hora determinada en algún sitio acordado y una vez allí retrasamos los relojes seis horas y volvemos a quedar en 24 horas, nadie se pierde, porque lo esencial no es la hora sino la sincronización. Por otra parte al amanecer se la refanfinfla la hora y no se detiene porque falte consenso, como no se detuvo cuando no existían los relojes. Si el actual sistema cumple su función ¿cuál es el sentido de cambiarlo?, simplificarlo, pero suponiendo que se pueda, ¿imponer la simplificación en algo que ya funciona en qué ayuda?
Un cordial saludo.