
El otro día el Gobierno egipcio organizó un desfile de momias por El Cairo, sí, de momias. No es que las pasease en su sarcófago. Lo hizo en unas camionetas transformadas para que pareciesen barcas reales del Nilo. Eran varios faraones, 22 en total, 18 reyes y 4 reinas, entre ellos algunos famosos como Ramses II, Amenhotep II o Tutmosis II. Se los llevaban del Museo Egipcio, que está en el centro de la ciudad junto a la plaza Tahrir, al nuevo Museo de la Civilización Egipcia, un centro de nueva construcción que se encuentra al sur de El Cairo. En Twitter algunos usuarios tuvieron el detalle de compartir fragmentos del vídeo y hubo alguno que se preguntaba cuándo iba a pasar Cleopatra. Bien, Cleopatra no pasó porque, aunque faraona (la última), no sabemos donde fue enterrada y por lo tanto no tenemos ni idea dónde se encuentra su momia… si es que la momificaron. Así que me dije que era una oportunidad inmejorable para escribir algo sobre Cleopatra.
Esta mujer representada tan a menudo como poco más que una reina bella pero inmoral era en realidad muy diferente: era atractiva, sin duda, tanto por su carácter como físicamente, pero inmoral sólo lo fue en los textos que escribieron sus enemigos. Fue reina de Egipto pero era griega de ascendencia. Ser reina de Egipto significaba ser faraón y eso traía aparejados un montón de títulos y un ceremonial muy sofisticado que se remontaba a siglos o milenios atrás.
Os preguntaréis cómo fue posible que una faraona de Egipto fuese de ascendencia griega. Para entenderlo tenemos que retroceder en el tiempo unos trescientos años antes del reinado de Cleopatra, que tuvo lugar a finales del siglo I a.C. En el siglo IV el Egipto de los faraones estaba ocupado por el imperio persa. Sucedió entonces que un griego llamado Alejandro derrotó a este imperio y se quedó también con Egipto. Esto sucedió en el año 332 a.C. Alejandro fue coronado faraón y fundó una nueva capital de Egipto a la que dio su nombre: Alejandría.
Cuando su padre, Ptolomeo XII, murió en el año 51 a.C. dejó a Cleopatra como heredera, pero tendría que compartir el Gobierno con su hermano pequeño, Ptolomeo XIII, con quien se casaría
Pero Alejandro murió muy joven, con solo 32 años, y su imperio fue dividido entre sus generales. Egipto se lo quedó Ptolomeo que fue el fundador de una dinastía de faraones griegos que duró 300 años. En el siglo I a.C. una lejana ciudad que en la época de Alejandro no era gran cosa adquirió mucha importancia. Esta ciudad se llamaba Roma y no era aún un imperio, sino una república que se expandía a toda prisa por todo el Mediterráneo. Ese fue el mundo en el que nació Cleopatra VII en el año 69 a. C. Aunque no se sabe quién era su madre, Cleopatra y su hermano menor fueron aclamados como dioses desde que nacieron. Cuando su padre, Ptolomeo XII, murió en el año 51 a.C. dejó a Cleopatra como heredera, pero tendría que compartir el Gobierno con su hermano pequeño (10 años tenía), Ptolomeo XIII con quien se casaría. Los faraones egipcios se casaban con sus hermanos porque como eran dioses no podían mezclar su sangre con la de los simples mortales.
Temerosa de que le quitasen la corona, aseguró su puesto en Alejandría y luego viajó al sur del país, a Tebas, para ganarse el apoyo de los sacerdotes de los templos de Luxor y Karnak. Participó en los ritos religiosos y se dirigió a los sacerdotes en su idioma. Al parecer Cleopatra fue la primera faraona tolemaica en hablar egipcio aparte del griego. También hablaba latín, y bastante bien según cuentan porque con los romanos llegó a tener una relación muy cercana. Pero llevarse bien con los sacerdotes no le libro de que su hermano o, mejor dicho, los partidarios de su hermano le diesen un golpe de Estado y la derrocasen en el año 49 a.C. No se arredró. Recurrió a un ejército mercenario y recuperó el trono. En ese momento apareció un romano por el puerto de Alejandría, un tal Julio César que venía de conquistar las Galias. César viajó a Egipto para reclamar unas deudas que el faraón tenía con el Senado. Una vez allí vio que los dos hermanos estaban peleados y se decidió a mediar entre ambos. Pidió reunirse con los dos para que expusiesen sus razones. Vio primero a Ptolomeo XIII, casi mejor a sus consejeros porque el faraón era aún un niño. Luego se entrevistó con Cleopatra y quedó prendado de ella.
¿Atrajo a César la arrebatadora belleza de Cleopatra o su inteligencia? No lo sabemos porque no nos lo dejó por escrito pero guapa, lo que se dice guapa no era mucho a la vista de alguna escultura que ha llegado hasta nosotros. Tampoco era fea, pero no se corresponde con las fuentes que aseguran que era la mujer más bella del mundo. De modo que si algo enganchó a César fue su inteligencia, que en el caso de Cleopatra debió ser mucha porque se metió al romano en el bolsillo. César falló a favor de Cleopatra ocasionando que Ptolomeo XIII le declarase la guerra. Fue una guerra que duró poco y salió fatal para el jovencísimo Ptolomeo que se ahogó durante el ataque. El resultado fue que Cleopatra recuperó completamente el trono junto con a otro hermano, Ptolomeo XIV, que tenía entonces 12 años.
Comenzaron a circular rumores de que César quería llevarse el Gobierno de la república a Alejandría y que se quería proclamar rey junto a su amante egipcia
En ese punto algunos aseguran que Cleopatra se casó con César, que se quedó embarazada y que dio a luz en junio del año 47 a un niño al que llamó Ptolomeo aunque pronto pasó a ser conocido como Cesarión. Ese matrimonio, de haber existido, que no lo sabemos, violaba las leyes egipcias, que impedían que el faraón se casase con gente del común (menos aún extranjeros) y las de Roma, donde estaba prohibida la poligamia. Los romanos se podían divorciar, cosa que César ya había hecho anteriormente, pero no simultanear dos esposas. En ese momento Julio César estaba casado con Calpurnia, una dama patricia hija de un cónsul. Eso sí, siempre tuvo infinidad de amantes, así que lo más probable es que Cleopatra fuese una más de ellas.
Pero César no era egipcio, sino romano, así que se llevó a Cleopatra a Roma y la instaló en una villa, lo que indignó a sus rivales políticos. Comenzaron a circular rumores de que César quería llevarse el Gobierno de la república a Alejandría y que se quería proclamar rey junto a su amante egipcia. Cuando el Senado le nombró dictador vitalicio, un cargo asimilable al de un monarca en todo menos en el nombre, 60 senadores conspiraron contra él y le apuñalaron en marzo del 44 a.C.
Pero el magnicidio tuvo el resultado opuesto. Cleopatra regresó a Egipto, eliminó a su hermano Ptolomeo XIV e hizo del joven Cesarión su cofaraón. Uno de los generales de César, Marco Antonio, actuó rápidamente para restaurar el orden uniendo fuerzas con Octavio, el sobrino e hijo adoptivo de César. Después de derrotar a los asesinos de César, Antonio comenzó a reorganizar los reinos que dependían de Roma. Egipto era uno de ellos. Se reunió con Cleopatra en la ciudad de Tarso (actualmente en Turquía). Hasta allí llegó Cleopatra en una gran galera custodiada por una flota de escolta.
Cleopatra, siempre tan astuta, quería mostrar a Marco Antonio que ella tenía recursos de sobra para que él se convirtiese en el nuevo Julio César. En Tarso le invitó a pasar el invierno en Egipto junto a ella. Durante meses estuvo a cuerpo de rey recorriendo el Nilo, cazando y celebrando grandes banquetes. Pasó entonces lo que tenía que pasar. En febrero del año 40, Cleopatra se quedó embarazada de Antonio y dio a luz a mellizos a quienes llamó Alejandro y Cleopatra. Aquello era un problema porque Marco Antonio estaba casado con la hermana de Octavia, con quien tenía una hija. Los romanos no podían tener dos mujeres a la vez y, aunque se podían divorciar, Octavio no hubiese recibido bien que Marco Antonio repudiase a su hermana.
Esto precipitó los acontecimientos. Marco Antonio tenía que elegir. O regresaba a Roma con el rabo entre las piernas o proponía matrimonio a Cleopatra y entre ambos se hacían con Roma. Escogió lo segundo y, para celebrarlo, volvió a dejar embarazada a Cleopatra, que dio a luz a su cuarto hijo, a quien llamó Ptolomeo Filadelfo en septiembre del año 36. Entretanto, Marco Antonio marchó contra el imperio Parto con un ejército formado por egipcios y romanos y regresó a Alejandría con un gran botín de guerra. Desde ese momento todos los territorios del Mediterráneo oriental pasaban a depender de él y de Cleopatra, no de Roma como había sucedido hasta ese momento.
Cuando las noticias llegaron a Roma Octavio tachó a Marco Antonio de traidor por haber tomado a una esposa extranjera abandonando a una romana, pero algo así como la mitad del senado apoyó a Marco Antonio y abandonó Roma para unirse a él. Octavio tenía un dilema difícil de resolver porque Marco Antonio era un hombre muy popular en Roma, nada menos que un general de Julio César que acababa de vencer a los partos. Tenía que responder de algún modo, pero sin insultar a Marco Antonio, así que persuadió a los senadores que quedaban de que Marco Antonio estaba bajo el perverso influjo de Cleopatra, que ambicionaba convertirse en reina de Roma. Quería que la declarasen enemiga de la República y así poder declararle la guerra a ella y ya de paso quitarse de en medio a Marco Antonio.
Octavio la quería trasladar a Roma y pasearla cargada de cadenas por el foro. La pusieron bajo arresto en el palacio y confiscaron sus pertenencias. A su hijo Cesarion le apresaron y le ejecutaron
El asunto no se despachó ni en Egipto ni en Roma, sino en Grecia, en Accio, en la costa del en la costa del mar Jónico. La batalla, que tuvo lugar en septiembre del año 31, se saldó con la victoria absoluta de Octavio. Marco Antonio y Cleopatra tuvieron que regresar precipitadamente a Egipto para ponerse a salvo. El ejército de Octavio les siguió, los romanos invadieron Egipto unos meses más tarde, en el verano del año 30 y, aunque Antonio se defendió valientemente, no pudo resistir el empuje de las tropas de Octavio, que eran más numerosas y estaban mejor entrenadas. Sus legiones, además, le abandonaron. En ese momento no le quedaba más salida airosa que el suicidio, cosa que hizo unos días después al estilo romano, es decir, arrojándose sobre su propia espada. Los hombres de Octavio impidieron que Cleopatra hiciese lo mismo porque, a fin de cuentas, ella había sido la causante de la guerra ante el Senado. Octavio la quería trasladar a Roma y pasearla cargada de cadenas por el foro. La pusieron bajo arresto en el palacio y confiscaron sus pertenencias. A su hijo Cesarion le apresaron y le ejecutaron.
Sabiendo que iba a ser enviada de regreso a Roma como prisionera junto con su tesoro, Cleopatra planeó su propio capítulo final. Escribió a Octavio solicitándole permiso para suicidarse y reposar en la misma tumba que Marco Antonio. No esperó a la respuesta, despidió a todo su personal excepto a su peluquera y a una de sus damas de compañía con quienes se retiró a sus habitaciones privadas. Allí, como admiten las propias fuentes antiguas, nadie sabe lo que realmente sucedió.
Desde entonces el misterio de cómo se suicidó Cleopatra es una de las grandes incógnitas de la historia. La imagen de Cleopatra con una serpiente en su antebrazo que hoy nos es tan familiar se basa en la efigie de cera de Cleopatra que Octavio hizo desfilar por Roma. Las serpientes alrededor de los antebrazos simbolizan a una criatura asociada con la diosa Isis, que era el alter ego de Cleopatra. Al interpretar esa efigie de manera literal muchos autores sugirieron que fue una serpiente, una aspid, lo que Cleopatra empleó para acabar con su vida. Aunque también es posible que el veneno lo llevase escondido en su indumentaria, en unas horquillas que las reinas de la época llevaban en el pelo para recogérselo.
Los romanos nada pudieron hacer y se cumplió su deseo de ser enterrada junto a Marco Antonio. Tampoco tuvo que desfilar encadenada por el foro romano
Podríamos pensar que algo así no le hubiese pasado desapercibido a los guardias romanos, pero el cabello recogido de una mujer casada se consideraba intocable en la sociedad romana, es decir, que los hombres que la custodiaban no le registraron en la cabeza. En resumen, no sabemos cómo murió, pero sí que murió aquel día. Los romanos nada pudieron hacer y se cumplió su deseo de ser enterrada junto a Marco Antonio. Tampoco tuvo que desfilar encadenada por el foro romano. Su tesoro sí que viajó a Roma y permitió, entre otras cosas, que Octavio se convirtiese en el primer emperador de Roma.
Egipto fue anexionado formalmente por Roma el 31 de agosto del año 30. Fue ese día cuando terminó el Egipto faraónico que había durado tres mil años. Se derribaron estatuas, se borraron imágenes y se destruyeron documentos. La historia fue reescrita por el vencedor. Horacio, Virgilio o Propercio, los poetas favoritos de Octavio, le presentaban como el gran héroe que había vencido a la que denominaban “reina prostituta loca” y “sus dioses monstruosos”. Esa era la versión romana de los acontecimientos, que es la que nos ha llegado porque Roma venció y porque somos hijos de Roma, pero la verdadera Cleopatra no era una decadente reina oriental entregada a la sensualidad, sino una política consumada, una mujer con gran talento político que llegó a tener a la todopoderosa Roma a sus pies.
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