
Tras dos meses no aptos para cardiacos y cinco años camino a ninguna parte, puede ya hacerse un balance temporal (y necesariamente limitado) de lo que nos hemos dejado a cuenta del ‘procés’ catalán. Lo he resumido en ocho consecuencias que han cambiado el mapa político y que condicionarán la política española de los próximos años más de lo que imaginamos.
1. La fractura social
A cualquiera que preguntemos cuál ha sido la consecuencia más directa del ‘procés’, su heredero universal, seguramente nos diga que ha sido una inmensa fractura en la sociedad catalana. Todos conocemos casos o, al menos, hemos oído hablar de ellos, de familias en las que se evita hablar del tema, amistades de años rotas y silencios sepulcrales en entornos como oficinas, talleres y centros de estudios. El nacionalismo contaba con la hegemonía en los medios y en la administración desde hace décadas, pero eso sólo había descendido parcialmente a la sociedad civil. Se podía llevar la contraria, con algunas limitaciones, cierto, pero se podía. Desde 2012 llevarla supone un riesgo personal y, en ciertos ambientes, también profesional.
En ese momento el nacionalismo, que siempre identificó su causa con la del pueblo, dejó de ignorar a la disidencia y empezó a señalarla con el dedo. Esperaban que desistiesen y se cambiasen de bando o emigrasen. Lo pudimos comprobar en toda su crudeza a raíz del informe incautado en la consejería de Economía en septiembre que clivaba a la población en función de su credo independentista. Esta división ya no era entre catalanes buenos y malos, sino entre catalanes y no catalanes, lo que cimentaba el argumento principal: todos quieren la independencia y el que no la desea es que no es de aquí, es un colono y, como tal, hay que expulsarle. Con una filosofía así cualquier sociedad se parte en dos y la convivencia se torna imposible.
2. La mayor crisis política en 40 años
Si hace tres meses cuentan al español de a pie que íbamos a estrenar noviembre en plena conmoción nacional no se lo creería. Las cosas marchaban bien en agosto: el paro bajaba, venían más turistas que nunca y se esperaba un invierno tranquilo. Hemos pasado de ser un país confiado a ser un país asustado. Y todo por 72 diputados catalanes que los días 6 y 7 de septiembre decidieron apretar el botón rojo disparando la etapa final de un proceso que muchos daban ya por amortizado pero que no lo estaba en absoluto. Lo cierto es que disponían a placer de los instrumentos políticos, económicos, educativos y de creación de opinión adecuados para culminar la tarea emprendida hace cuatro décadas, ¿por qué no iban a emplearlos? Pero en Madrid se prefirió mirar hacia otro lado creyendo que no se iban a atrever. Y vaya si se han atrevido.
La crisis ha puesto al sistema del 78 al borde de su liquidación y le obliga a acometer una reforma en profundidad encaminada a que esto no vuelva a ocurrir.
3. El Rey se ha ganado la corona
Uno de los efectos no buscados por los independentistas ha sido reafirmar en el trono al Rey Felipe, que se ha ganado la corona y hoy cuenta con el apoyo popular del que carecía en el momento de su proclamación hace tres años. Intervino en el momento exacto. Ni demasiado pronto, ni tan tarde como para que sus palabras quedasen engullidas por el estruendo de los hechos consumados. Lo hizo modulando bien el mensaje, que fue breve pero contundente y sin dejar espacio a interpretaciones.
Muchos han dicho que el 1-0 ha sido el 23-F de Felipe VI. Razón no les falta, con la diferencia de que Carles Puigdemont nunca ha sido secretario de la Casa del Rey como si lo fue Alfonso Armada.
4. La reedición del consenso
Desde 1977 los dos principales partidos apenas se han puesto de acuerdo en nada más allá de subir los impuestos y acrecentar con ellos el volumen de los Presupuestos Generales del Estado. En esto, sin embargo, si que lo han hecho. Acordaron aplicar el 155 y hasta la fecha han mostrado un frente constitucionalista unido. El pacto fundacional se ha reeditado, algo que no consiguió el 11-M ni las elecciones de 2015, cuando el país devino ingobernable durante casi un año.
5. Podemos fuera de juego
La gran promesa de la regeneración y el recambio del régimen (así, al menos, es como se describen a sí mismos) ha entrado en bancarrota política. Tenían que tomar partido y, fruto de sus complejos ideológicos y de la prisa de su líder por quebrar el espinazo al sistema, tomaron el partido equivocado, pero no del todo porque, tratando de complacer a distintas audiencias, juegan a la ambigüedad, un pecado mortal en política cuando se despachan asuntos importantes. De este modo buena parte de su base social se siente defraudada, mientras que su cúpula ha terminado fracturándose, quizá sin remedio. Se han quedado, en definitiva, en medio del campo de batalla sosteniendo un estandarte sin ejército que lo siga.
6. El renacer del nacionalismo español
En España era raro ver banderas nacionales más allá de los edificios oficiales y en los partidos de la selección de fútbol. Existía una suerte de complejo por lucirlas, lo que no estaba del todo mal porque ningún político la empleaba para engatusar al electorado envolviéndose en ella. De ahí que chocase tanto encontrarse hace tres semanas los balcones llenos de banderas en todas las ciudades. Fue algo espontáneo, nadie lo esperaba, ni siquiera los partidos nacionalistas españoles, todos extraparlamentarios y marginales.
7. El desprestigio del nacionalismo catalán
Exceptuando a los más convencidos, nadie podrá llevarse a engaño ya con partidos como ERC o PdCat y la naturaleza de su proyecto político. Eso tendrá consecuencias entre muchos de sus apoyos y, sobre todo, en el resto de la población, que consideraba al nacionalismo catalán como parte del paisaje, quizá algo ruidoso pero en lo esencial inocuo.
8. La debacle económica
En el desprestigio del catalanismo han tenido mucho que ver las mentiras relacionadas con la economía. La independencia no sólo iba a ser un paseo por el campo, sino que iba a traer prosperidad y abundancia. El resultado es que de paseo nada y ya se han marchado 1.800 empresas. Si todo se normaliza la mayor parte de ellas regresarán, pero con que sólo un 10% se quede fuera habrán perdido 180 empresas. Una sangría absurda con culpables fácilmente identificables.
Pero antes de eso Cataluña tendrá que atravesar una recesión económica que ya ha dado comienzo y que se debe en exclusiva a estos dos meses de furia destructiva. Cualquier catalán lo sabe, la economía regional está parada desde principios de septiembre: nadie compra, nadie invierte, nadie se mueve más que para salir huyendo. Eso tiene consecuencias directas en el crecimiento y, por descontado, en el empleo.
Como vemos el panorama es muy diferente al de hace dos meses. Ha pasado un tifón o, mejor dicho, nos está pasando un tifón por encima, lo que aún no sabemos es que dirección tomará, pero los daños hasta ahora son cuantiosos, mucho más de lo que nos hubiéramos imaginado.
Más en La ContraCrónica
[amazon_link asins=’B06XDFL7FH,8494376993,B00IXQ1RTG,8490551936′ template=’CarruselSinEncabezado’ store=’f0279-21′ marketplace=’ES’ link_id=’d7dbaabc-bd20-11e7-8959-83b1c0ff978a’]
En la inmediatez de los acontecimientos podemos concluir que los secesionistas le han plantado al Reino de España una proclamación de República catalana fallida.
En la distancia de los acontecimientos podemos concluir que el autonomismo ha incentivado la discordia social, la ocupación de las instituciones por sediciosos que trabajan todos los días contra España y el recurso a una legalidad paralela, todo ello generador de pretéritos, presentes y, sin duda, futuros infortunios.
El próximo gobierno legítimo catalán confirmará la malogración de la República catalana, pero no podrá resolver el hecho de que la Constitución consagra que se premie con mayores transferencias y presupuesto los hechos diferenciales incentivándoles a ser hechos rupturistas consumados.
El alivio de ver alejarse el riesgo de fractura inmediata no debiera olvidarnos del problema de fondo. Y el alborozo de ver imperar la ley no debiera cegarnos ante la realidad de que es esa ley que viene con soluciones a corto, la que trae el impulso del conflicto permanente.
Un cordial saludo.