
Este domingo se celebrarán elecciones legislativas y presidenciales en Turquía. No son unas elecciones cualquiera. Tras el golpe de 2016 y la reforma constitucional de 2017 Erdogan y su partido van a por todas. De ganarlas Erdogan acumulará más poder que ningún otro líder turco desde Mustafá Kemal Atatürk y podrá así culminar su programa de reformas que, según él, está a medio hacer.
La oposición, debilitada física y políticamente, se ha mostrado hasta la fecha incapaz de frenar el erdoganismo. Nada ha cambiado en este aspecto. La oposición está dividida en cinco partidos con programas muy diferentes y a los que sólo une el deseo de sacar a Erdogan del poder. Razones para hacerlo tienen muchas. Lo que seguramente les va a faltar, una vez más, son los votos.
Recep es el que ejerce el poder en Turquía es decir el sultán. Y pretende transformar Turquía en un sultanato, al que quiere darle una pátina de legitimidad democrática gracias a que la mayoría de los turcos entienden y apoyan un sistema político con un líder autoritario, tradicional y perfectamente reconocible. Recep tiene dos bazas claras: la alternativa política al sultanato es foránea y de resultados discutibles, y la oposición a su proyecto se articula entorno al rechazo al tirano y no a un proyecto coherente. Occidente quisiera una Turquía plénamente democrática y socialmente sosegada, por lo que tuerce el gesto con Recep, pero estando Turquía donde está, teniendo la historia que tiene y pasando las cosas que están pasando en el vecindario, occidente tendrá que aparcar sus preferencias.
Un cordial saludo.