
La semana pasada el Gobierno llevó a la cámara baja sus presupuestos, que son la llave para que el gabinete de Sánchez puede permanecer en el poder dos o tres años más y, de este modo, aleje la amenaza de nuevas elecciones. Para ello está dispuesto a todo tipo de contorsiones políticas como, por ejemplo, pactar esos mismos presupuestos con EH-Bildu, la formación independentista vasca heredera de Batasuna. En principio Sánchez no tenía necesidad de acordar nada con ellos, ya que le bastaba con PNV, Ciudadanos y los pequeños partidos del Congreso. Pero el pacto con Bildu va más allá de los cinco diputados que aporta a la coalición gubernamental. Supone la confirmación de una estrategia que persigue cimentar el grupo de investidura y no dejar ningún enemigo a la izquierda.
El pacto ha ocasionado estupor y rechazo no sólo entre los partidos de la oposición, sino en las propias filas socialistas, que ven como una de las líneas rojas que se habían trazado saltan por los aires. Pero en Moncloa saben que no hay mejor pegamento para un partido que estar en el poder. Respecto a la oposición, carece de fuerza parlamentaria, está dividida, enfrentada y sólo le queda el recurso del pataleo.
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